El autobús dejo a Julio en la entrada al pueblo sobre la ruta. Tomo la mochila y cruzo ubicándose bajo el cartel que daba la bienvenida, escapando de los rayos del sol de verano a esperar que pasara alguien que lo acercara hasta el pueblo. No pasaron 20 minutos que vio que desde la ruta venia una camioneta, así que se dispuso al costado del camino hacerle dedo. La camioneta freno y lo levanto, pensó que la suerte lo acompañaba, pero no sabía lo que el destino le tenía preparado. En el camino el conductor paro para llevar a otro mochilero, que se subió a la caja de la camioneta.
El sol del mediodía desplegaba todo su calor sobre los mochileros que encontraban en el viento un poco de alivio. Julio le pregunto a Sergio, el otro mochilero sobre el pueblo, si ya lo conocía, a lo que le respondió que había estado hacia unos años y que encontró una tranquilidad como nunca había visto en otro lugar. Le contó que las calles aun eran de tierra. Le recomendó visitar el Rio Quilpo que se encontraba a unos kilómetros del pueblo.
El viaje finalizo en la plaza del pueblo. Los viajeros se despidieron del conductor agradeciéndole el aventón y caminaron hasta un banco para sentarse. Mientras caminaban, Julio se encontró con Ana una amiga que había conocido en Capilla del Monte hacia unas semanas, escalando el cerro Uritorco, quien le conto que estaba esperando a un amigo, un tal Juan para ir al Rio Quilpo, nombre que proviene de los aborígenes que habitaban la zona, los comechingones, que significa rio que corre al revés.
Mientras esperaban a Juan, los tres viajeros compartieron experiencias acompañadas de unos mates. Ana en un momento de la charla les conto que en el Rio estaban pasando cosas raras, pero le resto importancia porque solo eran rumores.
A las pocas horas llego Juan con su mochila y un cajón lleno de piedras, ya que era fanático porque creía en las propiedades energéticas que tienen, entre la colección se encontraban: la amatista que alivia el estrés, el cuarzo rosa trae amor, la turmalina negra protege de las energías nocivas, etc.
Pasaron unas horas hasta que tomaron la decisión de emprender viaje hacia el río, eran unos 6 kilómetros. Sergio se despidió porque ya tenía reservada una habitación en un hotel del pueblo.
Mientras caía la tarde y los viajeros caminaban felices, a los pocos kilómetros, unas nubes negras de tormenta se dispusieron a descargar toda su furia sobre el lugar. De pronto la oscuridad cayó, dificultando la visión del camino, que solo se iluminaba con los rayos. Al poco tiempo la tormenta se desato, refrescando los cuerpos de Juan, Julio y Ana.
Una vez que llegaron al camping del Río Quilpo, los tres compañeros de viaje empezaron a armar sus carpas. Cuando estuvieron armadas se despidieron y se fueron a dormir.
A la mañana Julio fue el primero en despertarse. Desayuno y se fue al rio a practicar zazen. Se sentó en posición de medio loto sobre una piedra ya que no disponía de un zafu. Se dispuso a meditar controlando la posición del cuerpo y la respiración. En un momento, mientras escuchaba el sonido del rio, noto un aroma a incienso. Juan le había dejado un sahumerio sobre la arena.
Al terminar la meditación, Julio se metió al rio para refrescarse y a practicar Stone Balance, que es un arte, en el que las rocas se equilibran una encima de la otra en varias posiciones sin el uso de adhesivos, cables, soportes, anillos o cualquier otro artilugio que pudiera ayudar a mantener el equilibrio de la construcción.
Al poco tiempo Ana apareció con el equipo de mate. Juan había ido a buscar a su carpa un libro de los mayas sobre el tzolkin, que contenía las enseñanzas de los abuelos. Los tres compartieron experiencias durante la mañana y casi toda la tarde.
Cuando cayó la noche Julio se puso a preparar algo para comer. Prendió fuego y puso a freír unas cebollas, un morrón, una zanahoria rayada y dos cabezas de ajo. Luego agrego arroz, agua y sal. Finalizó la preparación agregándole una lata de atún. Los viajeros comieron acompañados de un vino que trajo Juan.
Una vez que finalizaron la cena, Julio fue a buscar su charango y Juan su flauta para tocar un rato. Cuando Julio se acerco a su carpa a buscar el instrumento noto una presencia que lo estaba observando, miro a su alrededor y vio detrás de unos arbustos cuatros ojos brillantes, que desaparecieron al instante, le resto importancia porque pensó que eran de algunos animales.
Los amigos tomaron vino, fumaron unas flores y cantaron toda la noche.
Al irse a dormir los tres se saludaron y se fueron cada uno a su carpa. Julio enseguida cayo dormido. A las horas, en medio de la madrugada se despertó sobresaltado por un ruido, creyó oír que le respiraban desde afuera de la carpa junto a su cabeza. Tomo su cuchillo, una linterna y se tapo hasta la cabeza con la bolsa de dormir, creyendo que estaba protegido. Se quedo en esta posición por unos minutos hasta que escucho un grito desgarrador. El grito provenía de la carpa de Ana. Julio se levanto y procedió a abrir la carpa, cuando bajo el cierre, sus ojos no podían creer lo que vieron.
A la mañana siguiente, el encargado del camping encontró los tres cuerpos, encogidos en sombras de huesos y piel, los rostros, un pálido mapa de sufrimiento.