Bola de pelos



-Creo que escuche ruidos en el garaje, ¿porque no vas y te fijas? Sacudiéndolo a Julio y en voz baja Lucrecia le susurro al oído.

-¿Estás segura? Yo no escuche nada. Ahora me voy a fijar.

Julio se levanto de la cama y se dirigió hacia la ventana que da al frente de la casa y miro por entre las cortinas. La luz del garaje estaba prendida, él la había prendido como todas las tardes cuando oscurece. De repente vio una sombra que paso frente a sus ojos.

Julio decidió salir para ver de qué se trataba, abrió la puerta de la casa y se dirigió hacia el garaje. Cuando estaba llegando salto frente a él un gato de color negro y blanco que salió corriendo hacia la calle.

Julio volvió a la casa y le contó a Lucrecia que solo era un gato que se había metido al garaje, pero se asusto y salió corriendo a la calle.

A la noche siguiente paso lo mismo, el mismo gato había entrado al garaje, pero esta vez durmió entre unas cajas. Julio no estaba dispuesto a adoptar a un gato, por miedo a lo que dicen que es peligroso tener un gato cuando hay un bebe en la casa, principalmente por la toxoplasmosis, alergias por el pelo, arañazos o mordeduras si se sienten amenazados.

Lucrecia en cambio se había encariñado de “bola de pelos” así la había bautizado y todas las noches le daba de comer y le dejaba agua.

Así transcurrieron los días y “bola de pelos” fue ganando confianza. Al final Julio y Lucrecia la adoptaron, por varios motivos pero uno en especial que dicen que los gatos eligen un hogar porque vienen a cumplir con una misión,  como alejar la negatividad y traer buena suerte, protegiendo el hogar.

Todas las noches antes de irse a trabajar Julio la tenía a “bola de pelos” esperándolo en la puerta de la casa para despedirlo.

Cuando volvía del trabajo Julio encontraba a “bola de pelos” en la puerta del baño, parada esperando que Lucrecia salga de bañarse. Luego la acompañaba a la cocina a desayunar y cuando ella se iba a trabajar pedía salir.

Se pasaba toda la mañana afuera de la casa solo entraba al mediodía para comer y salía otra vez, pero ahora caminaba con sus patitas cortas por el camino que va de la casa hasta la reja que da a la calle y se acostaba esperando a que regrese Lucrecia del trabajo.

Cuando la veía llegar se revolcaba y quedaba panza para arriba para que ella la acaricie. Era su forma de agradecer con su compañía el hecho que la había adoptado.

Así trascurrieron los años, el bebe había crecido sin ningún problema, “bola de pelos” nunca le había hecho daño.

Un día de invierno, cuando el frío afilaba el aire como un cuchillo, la hora de regreso de Lucrecia se volvió silencio. No volvió. Julio, con el corazón golpeando como un reloj descompuesto, llamó a su trabajo. 

Allí le dijeron lo impensable: ella había salido, caminó hacia la parada de ómnibus, y al cruzar la calle, un auto ciego desobedeció la luz. El semáforo lloró en rojo, y la vida de Lucrecia se apagó como una llama al viento.

Así pasaron los años y “bola de pelos” seguía la rutina de todos los días, salía al mediodía a esperar a que regrese Lucrecia sentada frente a la reja de la calle. Cada vez el trayecto de la puerta de la casa hasta las rejas lo hacía más lento.

Una noche, Julio llamo a “bola de pelo” para que entre a la casa y no la encontró. La busco por todas partes. Y en ese momento se dio cuenta que “bolas de pelos” se había ido a morir a otra parte, Julio había oído de esa historia de los gatos.

Esa noche, el garaje quedó vacío y el aire más liviano. “Bola de pelos” había seguido un hilo invisible. Julio entendió: cumplida su guardia, se volvió sombra buena, una caricia silenciosa cuidando el hogar desde otro lugar.



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