Era su primer día como repartidor de aplicación. Se dispuso en una plaza a esperar que llegara algún pedido, mientras tanto se puso a leer un libro de poesía de Roberto Juarros, era una antología sobre su Poesía Vertical, mientras leía:
Un amor más allá del amor
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y la compañía.
Justo en ese momento le sonó el celular, era el aviso de un pedido. Se tenía que dirigir hasta una casa de comida. Se subió a la bicicleta y se dirigió a destino. Cuando llego al mostrador ingreso el numero del local en la aplicación y espero que lo atiendan.
-¿Hola si, sos repartidor? Decime el código del pedido.- Le dijo Celeste, empleada del local.
-Si discúlpame, ahora te lo paso.- le respondió Julio, había quedado hechizado por la belleza de Celeste.
Mientras esperaba a que le preparen el pedido, Julio que en ese momento no esperaba enamorarse, ya que hacía poco había roto con su antigua pareja, no estaba dispuesto a sufrir otro golpe por desamor. Así que no intento seducir a la empleada de ojos tristes.
-Acá esta el pedido, confirmame que lo recibiste.- Le dijo Celeste, que para Julio esas palabras sonaron como música para sus oídos.
Guardo el pedido y se dirigió a su bicicleta. Mientras tanto en el local Celeste también había quedado obnubilada por la presencia de Julio. Se quedo hablando con sus compañeras de lo lindo que le había parecido. Sus compañeras le aconsejaron que esperara a que vuelva para insinuarle su interés.
Los días pasaban y los enamorados no se animaban a dar el primer paso. Julio esperaba en la plaza a que llegue un pedido del local en el que trabajaba Celeste y cuando llegaba y se encontraba con Celeste, no le salía una sola palabra, nunca le había pasado. A Celeste le pasaba lo mismo, ella se moría por confesarle lo que sentía pero tampoco se animaba.
Llego el día en que a Julio le faltaba un pedido para subir de nivel en la aplicación de reparto, no se imaginaba lo que le iba a suceder cuando subiera de nivel, él estaba contento. Le sonó el celular indicándole que tenía un pedido. Cada vez que sonaba el celular el corazón le latía a mil pensando que era un pedido del local en el que trabajaba Celeste, pero en esta ocasión era de un kiosco.
Al regresar a su casa Julio se dispuso a planificar en la aplicación de pedidos su semana, pero se encontró que solo tenía disponible los horarios de la noche. Le cayó la noticia como un baldazo de agua helada, lo primero que pensó fue que no vería más a Celeste. Y así fue, Julio empezó a repartir en su nuevo horario y cuando iba al local donde trabajaba Celeste no la encontraba.
Pasaron los meses y Julio dejo los repartos junto con las esperanzas de volver a ver a Celeste. Consiguió otro trabajo.
Un día se le ocurrió volver a abrir la aplicación para sumar un extra de dinero y se encontró con la posibilidad de elegir el horario. El corazón le empezó a latir a mil por horas por la idea de que volvería a ver a Celeste. Esta vez no desperdiciaría la posibilidad de decirle lo que sentía.
Sonó el celular de Julio avisándole de un pedido y era justo del local donde trabajaba Celeste. Tomo su bicicleta y se dirigió hacia el local. Cuando llego y la vio detrás del mostrador, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho.
-Hola como estas, hace mucho que no venias, pensé que ya no trabajabas mas.- Le dijo Celeste con una sonrisa y sus mejillas ruborizadas.
Julio junto valor y le contó a Celeste lo que le estaba pasando. Ella dio la vuelta al mostrador y se dijeron todo en un abrazo que terminó de escribirse en la noche. Dos soledades encajaron como llaves antiguas. El deseo fue un río manso que aprendió su cauce. Al amanecer, el amor dejó de esperar pedidos: se consumó, tibio, real, definitivo, como pan recién horneado compartido sin prisa.


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